Por órdenes de nuestro anterior Gobierno, el almirante Rosily tenía, además del mando de su escuadra[1], el de la nuestra, compuesta de seis navíos[2], cuyo Comandante era el Jefe de Escuadra D. Juan Apodaca. Rosily para tener mas seguridad de no ser atacado por la escuadra Inglesa que lo bloqueaba, se había retirado y reunido lo posible en la parte del canal de la Carraca, que está entre castillos; es decir, el de Puntales de una parte, y Matagorda y Fort-Luis de la otra, muy próximas las escuadras á este último fuerte; nuestros navíos estaban alternados con los suyos, de modo que á un español seguía un francés[3].

            En tal disposición las escuadras, aconteció la feliz revolución de toda la Andalucía en justísima defensa de nuestro Rey, libertad y religión; el Pueblo entusiasmado pidió y clamó desde luego por la rendición de la escuadra francesa: en tal estado no preveía que el atacarla sería destruir la nuestra con la suya, y al mismo tiempo arruinar a Fort-Luis, que solo podía oponer cuatro cañones á los fuegos á quema ropa de los navíos. Aun al nuevo Gobernador, que el mismo pueblo aclamó el 29 de Mayo, le fue muy difícil hacer entender las dificultades que en el pronto había, que todas se vencerían en pocos días, y que de hacer fuego á bala roza y con bombas, como el mismo pueblo quería hacer por sí desde Puntales, se seguiría la ruina y explosión de todos los navíos de las dos escuadras, en lo que padecería Cádiz y todo el Trocadero, depósito de los buques de comercio.

            El gobernador de la Plaza al día siguiente hizo ir con un oficial de marina a uno de los de mas confianza del Pueblo para intimar al almirante Rosily, y en caso de no querer bajar su pabellón, amonestarle que al menos para sosegar al Pueblo era preciso que nuestra escuadra se separase de la suya, tomando la boca del canal: accedió a esto último, y se verificó este movimiento, con lo que se calmó el Pueblo por entonces.

            El Gobernador veía que en la posición de la escuadra francesa, Matagorda solo tenía tres cañones que le dirigiesen sus fuegos; que Fort-Luis iba a ser arrasado y muerta su guarnición; que Puntales solo podía hacer fuego con cuatro cañones; que nuestra escuadra no podía batir sino con un solo navío (el Príncipe) que sería destruido; así pensó en aumentar los fuegos de tierra antes de atacar y desamparar a Fort-Luis. Con la mejor artillería de éste se puso una batería en el Trocadero, se formó en una aleta de Puntales otra, y una de morteros cónicos en la punta llamada de la Cantera.

            Cuando el Almirante francés se apercibió de estas obras, ayudado de un viento fresco de Poniente, penetró por el canal hasta situarse lo mas cerca de la Carraca que le permitió su poco fondo, así dejó burlados algunos de nuestros fuegos, y se puso en disposición de ofender nuestro Arsenal.

            Fue, pues, menester nuevo plan de ataque: el Gobernador juntamente con el mariscal de campo Don Eusebio de Herrera, vocal comisionado de la Junta Suprema, se propuso no exponer nuestros navíos, a lo que accedió el comandante general del departamento D. Juan Moreno, aunque lo resistió mucho, y con instancia el comandante de la escuadra D. Juan de Apodaca. Por la Marina se puso un mortero de plancha en el muro de la Carraca, cuatro en la batería del Parque, y dos cañones en Fadricas; se armaron en barcos del Puerto con grande actividad doce bombarderas. La escuadra se encargó de guarnecer a éstas y veinticinco cañoneras que debían sostener el ataque. Siendo de temer que la escuadra francesa mudase de posición, ya internándose a costa de varar, ya queriendo salir con algún levante fuerte, se la cerró desde luego por la parte de la Carraca con un navío desarmado y una urca echados á pique; y por la parte de bahía con una fuerte cadena. Por este medio se de dejó encerrada absolutamente.

            Así preparado el ataque, el Gobernador intimó la rendición al almirante Rosily la mañana del 9 del corriente mes de junio, quien le respondió con dos oficios consecutivos; en el primero contestó que perecerían todos con la escuadra; y en el segundo, que si obtenía del Almirante Inglés que no atacase ni persiguiese su escuadra en cuatro días, abandonaría el puerto. La respuesta fue dar la señal para romper el fuego a las tres de la tarde, que fue vivísimo de una parte y otra, las lanchas cañoneras y bombarderas tomaron puntos adecuados, se aproximaron, y fueron perfectamente servidas. Todas las baterías de tierra hicieron su deber, las bombas rodeaban la escuadra francesa. Esta hizo un terrible fuego, pero la incertidumbre de sus tiros, los muchos puntos a que tenía que atender, los fuertes espaldones seguidos de las baterías de morteros, pequeñez de las lanchas, fue causa de que no tuviésemos mas que cinco muertos, de los cuales fue uno un presidiario de una bala perdida, y siete heridos. La noche terminó el combate, pero en ella se supo que diez de las lanchas bombarderas, y cuatro de las cañoneras habían quedado fuera de servicio, y que las explanadas de los morteros estaban levantadas y maltratadas. Sin embargo se mandó continuase el fuego al amanecer, que fue lento. A las diez de la mañana se intimó por segunda vez al Almirante, que igualmente que antes dio dos respuestas: una insistiendo en que se le permitiese salir, y otra que bajaría la bandera; pero que se había de prometer seguridad de vida y bienes a todos los franceses, no solo de la escuadra sino de la Provincia, y que su escuadra se mantendría por sí, como antes. Se conoció que ya estaba blando; pero no teniéndose suficientes fuegos para obrar, ni facultad el Gobernador mas que para una rendición absoluta, respondió éste, que sin dejar de continuar las obras consultaría a la Suprema Junta, y aun al Almirante inglés; y que entre tanto cesaría su ataque.

            Se preparó para que este fuese vigoroso y decisivo. A este fin hizo construir con una brevedad extraordinaria en solos dos días, cerca de la Casería de Osio, una batería real de treinta cañones de a 24, capaz por sí sola de destrozar en breve rato un navío. El Comandante General del Departamento aumentó sus fuegos haciendo flotar el navío Argonauta, que presentaba 29 cañones de a 36 y 24. Se recompusieron todas las baterías, y singularmente las explanadas de morteros; se habilitaron hasta seis lanchas bombarderas, y se aumentaron las cañoneras con algunas venidas de los apostaderos de Málaga y Ceuta. Todo dispuesto intimó el Gobernador a las seis de la mañana del día 14 por última vez al almirante Rosily, ofreciéndole solo la vida y equipajes de la tripulación. Este bravo General tuvo que aceptar, se veía encerrado, en su escuadra habían caído hasta diez bombas, que habían hecho notable daño, tenía muchas averías en los cascos y arboladuras, estaba amenazado de ser todos volados, ya por la explosión de una bomba en algún pañol, o ya por los medios incendiarios con que le conminaba el Gobernador; en fin temía que degenerando su intrepidez en temeridad no se diese cuartel. Arrió en consecuencia la bandera.

            Esta victoria nos ha producido cinco muy buenos y bien equipados navíos, y una fragata: 3.676 prisioneros, incluso el almirante Rosily, General del antiguo régimen, de crédito, y que no puede dejar de hacer falta a nuestros enemigos. 442 cañones de 36 y 24, 1.651 quintales de pólvora, 1.429 fusiles, con 1.069 bayonetas, 80 esmeriles, 50 carabinas, 505 pistolas, 1.696 sables, 425 chuzos, 101.568 balas de fusil, todo el equipo completo de municiones, efectos marineros, con víveres para cuatro o cinco meses.

            Los buques rendidos tienen, como se deja dicho, muchas averías en sus cascos y arboladuras, y habiendo sufrido el que menos, la explosión de dos bombas caídas dentro de su bordo, a pesar de haberse precaucionado las cubiertas con cables, calabrotes y otras jarcias. La pérdida de gente han dicho ser de un Oficial y 12 hombres muertos, y 51 heridos, incluso el Capitán del Vencedor.

            Por nuestra parte se inutilizaron, como queda dicho, 10 bombarderas y 5 cañoneras; murieron 4 hombres que las tripulaban, 1 confinado en las cuatro torres de la Carraca de una bala perdida, y hubo siete heridos.

            Es muy recomendable el celo y actividad con que dispuso los ataques de parte de la Carraca el comandante general D. Juan Moreno, y el valor y acierto de los Oficiales que sirvieron la artillería, tanto fija como en lanchas. No lo es menos la energía y acierto con que le Comandante General de nuestra escuadra D. Juan Apodaca, armó las bombarderas, tripuló las fuerzas sutiles, y dispuso su ataque por la parte opuesta a la Carraca; los Oficiales que han mandado estas fuerzas de lanchas han mostrado mucho valor y pericia. En fin, los Oficiales del Real Cuerpo de Artillería son dignos de todo elogio por la pronta ejecución de las baterías, su solidez, oportuna situación  y destreza con que las han servido, y más cuando se carecía de medios y preparativos.

 


 


[1] La escuadra francesa se compone de los navíos: Le Herós (84 cañones), Algeciras (86 cañones), Plutón (74 cañones), Argonaute (74 cañones) y Neptuno (92 cañones). Junto a la frgata Cornelio (42 cañones).

[2] Los navíos españoles son: P. de Asturias, Terrible, Montañés, Fulgencio, San Leandro y San Justo. Solo este último está totalmente pertrechado, ya que sujeto a las órdenes de Rosily formando parte de la escuadra francesa.

[3] La formación es: Neptuno, Príncipe, Le Herós, San Justo, Algeciras, Montañés, Argonaute, Terrible, Plutón, San Fulgencio y San Leandro.